En febrero de 2013, cientos de habitantes armados se reunieron en el corazón de la región de Tierra Caliente. Se autodenominaron «Autodefensas de Michoacán» y afirmaron que combatirían y acabarían con los Caballeros Templarios, una organización criminal que dominaba la mayor parte del estado.

Diez años después de que las autodefensas se alzaran para restablecer la paz y la seguridad, Michoacán sigue siendo una zona crucial para la importación y el tráfico de cocaína, la producción de metanfetaminas y la extorsión a empresas locales así como a agroindustrias de exportación multibillonarias, como las de producción de limón, frutos rojos y aguacate. Durante esta década, la región se ha mantenido entre las cinco más violentas de México, con una tasa de homicidios de 51 por cada 100 000 habitantes en 2022, además de ocupar el primer lugar en desplazamiento forzado interno en 2021, con 13 515 personas desplazadas.

¿Cómo ha evolucionado el panorama de violencia en Michoacán en la última década? ¿Por qué se han multiplicado los grupos de autodefensa? ¿Qué relación tuvieron con grupos delictivos y autoridades públicas? ¿Qué papel desempeñan en la gobernanza de regiones históricamente marcadas por la guerra contra el narcotráfico?

Para responder a estas preguntas, el informe examina los procesos que condujeron a un diálogo entre los líderes civiles armados y el Gobierno federal, pero también cómo los primeros se han convertido en actores políticos que controlan el acceso a recursos estratégicos, mercados económicos lícitos e ilícitos y las redes que conectan a los ciudadanos con las autoridades públicas.

En la última década, la economía política de la violencia no ha seguido una trayectoria lineal. Este informe identifica cuatro fases que han configurado la situación actual en Michoacán. Primero, la creación y expansión de las autodefensas, su lucha contra los Templarios y su eventual institucionalización parcial como parte de la Fuerza Rural, entre 2013 y 2015. Segundo, una etapa entre 2015 y 2018 en la que el poder se consolidó en manos de líderes que habían acumulado recursos y control sobre los mercados lícitos e ilícitos gracias a su participación en las autodefensas. Tercero, un periodo de ruptura violenta de alianzas entre los grupos criminales dominantes, que desembocó en el enfrentamiento entre los Cárteles Unidos con el CJNG, un episodio que los habitantes de Michoacán ahora llaman «la guerra», entre 2019 y 2022. Por último, el actual periodo de aparente estabilidad y tensiones subyacentes en la parte rural del estado, mientras que la violencia urbana ha disparado la tasa de homicidios en Michoacán.

Basado en 10 años de investigación y trabajo de campo, Diez años de vigilantes: Las autodefensas mexicanas, plantea tres ideas clave:

  • A pesar de la eficiencia y legitimidad de las cuales puedan gozar ciertos grupos de autodefensas, la seguridad pública no puede quedar en manos privadas.
  • Al fallar en la institucionalización y sostenibilidad de las estrategias de seguridad pública, las autoridades indirectamente contribuyen a la consolidación de líderes informales.
  • Los acuerdos informales entre autoridades públicas y líderes locales tienen consecuencias políticas graves, alimentando inestabilidad crónica y largos ciclos de violencia y contribuyen a limitar o cerrar los espacios políticos abiertos para la participación y movilización ciudadanas.
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