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As the swathe of countries from Libya in North Africa to Syria in West Asia transition through their shift from authoritarian regimes through civil conflicts, political instability and social unrest towards nascent multi-party democracies is providing an opening for organized crime.  Criminal groups are projecting themselves into this period of volatility where state controls have been weakened, to develop new criminal routes and markets for a range of illicit products, including drugs, people, arms and antiquities.  At same time organized crime is exacerbating and protracting instability, by corrupting state institutions, funding parties to the conflict, supplying arms and increasing human vulnerability.

Up until recently, organized crime was not a topic that had much traction in the region, save from in a few restricted contexts: the illicit trade of consumer goods particularly in and around Southern Libya and the states bordering the Sahara; the smuggling of migrants to Europe; and the Lebanese criminal groups whose operations through their diaspora have been engaged in a wide range of organized crimes.

Three dynamics that have played out in the last year have changed the illicit economy environment considerably.   The first has been the dramatic deterioration of state control in Libya.  Where Ghadaffi’s iron fist largely controlled the country that has always been the gateway to European markets, his demise has thrown established markets open for new players, and the growing militia violence in the coastal cities of Tripoli and Benghazi has been partially funded and fuelled by the desire to control strategic assets and markets.  In the borderlands, absence of state sponsorship has empowered some historically marginalized groups, and created a new market for protection.  At the same time, it has fostered the cross border illicit trade with the Sahel countries and exacerbates instability there.

A second dynamic has been the crisis in Syria, which has created a new market for arms, and similarly to Libya, opened up new opportunities for criminal actors.  As often the case in war economies, smuggling has flourished in everything from food, medicine and people.  Migration out of Syria is at an all-time high, and Syrians are pulling connections across Africa, the Middle East and Europe to seek safer havens, some of which have ended in disaster and death.  With the growing diaspora network, There has been a huge spike in the number of seizures of drugs and other contraband emanating from Syria, in neighbouring countries and in the Gulf.

Finally, the third trend to watch is the growing Gulf market for illicit goods, but particularly drugs.  A number of Gulf States are, for the first time, acknowledging an increasingly active illicit economy in their countries.  Where once there was denial, now the Gulf States are demanding an “all hands on deck” approach.  The Gulf countries account for over 60% of the world’s growing amphetamine market, according to the latest World Drug Report.  Heroin seizures and usage is one the rise, and recently there have been seizures of cocaine in Syria and Lebanon for the first time.  Cybercrime is also an organized crime on the rise in the GCC countries.

While the regional conflicts will hopefully stabilize over time, the importance of the Gulf as an emerging market is a trend here to stay, particularly as their economies continue to grow as those in Europe stagnate.  This is likely to continue to pull all major trafficking flows eastwards, and put new countries into the paths of vulnerability.  In particular, in the coming year the international effort to bolster the state and borders in Mali will put pressure on North African countries, through the displacement of both people and trafficking routes.  Sea routes entering in Senegal and Mauritania and transiting eastwards are likely to become more dynamic, with transit routes taking advantage of continued state vulnerability in Libya and Egypt.

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Envenenando la Primavera Árabe: la emergencia de mercados clandestinos

La transición de regímenes autoritarios a través de conflictos civiles, inestabilidad política y agitación social hacia democracias multi-partidarias emergentes en la franja de países que abarca Libia en el norte de África hasta Siria en el Oeste de Asia está dando lugar a un aumento del delito organizado. Los grupos criminales se proyectan en este período de volatilidad, en donde los controles estatales han sido debilitados, para desarrollar nuevas rutas y mercados clandestinos de una serie de productos ilegales que incluye drogas, personas, armas y antigüedades. A su vez, el delito organizado está exacerbando y prologando la inestabilidad corrompiendo instituciones públicas, financiando partidos involucrados en el conflicto, suministrando armas y aumentando la vulnerabilidad humana.

Hasta hace muy poco tiempo, el delito organizado no era un tema de discusión que generara mucha tracción en la región, excepto en algunos contextos limitados, como el comercio ilícito de bienes de consumo -particularmente en la región sur de Libia y los estados que conforman la frontera del Sahara-, el tráfico de inmigrantes a Europa, y los grupos criminales libaneses cuyas operaciones a través de su diáspora han participado en una serie de delitos organizados.

Tres procesos que han tenido lugar en el último año han cambiado el entorno de la economía ilícita considerablemente. El primero ha sido el drástico deterioro del control estatal en Libia, en donde la mano dura de Gadafi dominaba el país que siempre ha sido la puerta de entrada a los mercados europeos. Su deceso ha permitido el ingreso de nuevos actores a los mercados establecidos, y  la creciente violencia militar en las ciudades costeras de Trípoli y Bengazi ha alimentado el deseo de control de activos y mercados estratégicos. En las zonas fronterizas, la ausencia de respaldo estatal ha contribuido al fortalecimiento de algunos grupos históricamente marginados y ha originado una nueva demanda de protección. Al mismo tiempo, ha fomentado el comercio ilegal con los países del Sahel e intensificado la inestabilidad en la zona.

El segundo proceso ha sido la crisis en Siria, que ha dado lugar a la creación de un nuevo mercado de armas y, de manera similar a Libia, ha abierto nuevas oportunidades para actores criminales. Como es usual en el caso de economías de guerra, el contrabando ha prosperado en bienes que van desde comida y medicamentos hasta el tráfico de personas. La emigración está viendo su pico máximo hacia África, el Medio Oriente y Europa. Los sirios están en busca de sitios más seguros, algunos de los cuales les han causado la muerte. Con el crecimiento de la diáspora, se ha observado un salto en el número de secuestros de drogas y otros bienes de contrabando procedentes de Siria, en países fronterizos y en el Golfo.

Finalmente, el tercer proceso que se observa es el aumento del mercado de bienes ilícitos en el Golfo, en particular de drogas. Varios de estos países, por primera vez, están reconociendo el alza en las actividades ilícitas. En donde antes existía una negación, ahora existe una demanda de trabajo conjunto. Según el último informe de World Drug Report, los países del golfo representan más del 60% del mercado mundial de anfetamina. El consumo y la tasa de secuestros de heroína van en aumento, al mismo tiempo que se ha secuestrado cocaína en Siria y el Líbano por primera vez. El delito cibernético es otra actividad ilícita que observa un alza en los países del CCG.

Si bien se espera que los conflictos regionales se estabilicen con el paso del tiempo, la importancia del Golfo como mercado emergente es una tendencia instalada, particularmente porque sus economías continúan en crecimiento mientras que las de Europa se mantienen estancadas. Esto probablemente continúe empujando los principales flujos de tráfico hacia el este, vulnerando así nuevos países. Durante el próximo año, los esfuerzos internacionales en fortalecer el estado y las fronteras de Mali ejercerán presión en los países del norte de África a través del desplazamiento tanto de personas como de rutas para el narcotráfico. Se espera que cobren mayor dinamismo las rutas marítimas que llegan a Senegal y Mauritania para luego trasladarse hacia el este, sacando provecho de la vulnerabilidad en Libia y Egipto.