Importantes zonas de Centroamérica soportan niveles persistentemente altos de inseguridad y violencia social. Las organizaciones transnacionales de narcotraficantes y las pandillas locales se aprovechan de la debilidad de las instituciones de seguridad y justicia, de la corrupción sistémica y de la insatisfacción derivada del bajo desarrollo socioeconómico.
Según el Índice global de crimen organizado 2021, Centroamérica es la región del mundo con peores resultados en materia de criminalidad. La extorsión de empresas y comunidades por parte de pandillas y redes criminales es un factor clave de esta mala clasificación. Para hacerles frente, las autoridades de El Salvador y Honduras han aplicado políticas de «mano dura» punitivas (y de estilo populista).
En marzo del 2022, las autoridades de El Salvador impusieron un estado de excepción para contener la creciente delincuencia y violencia generada por las pandillas que asedian al país. A más de un año de su implementación, esta medida parece haber brindado a las comunidades del país una codiciada sensación de seguridad, pero a costa de derechos humanos fundamentales: hasta abril del 2023, más de 67 000 salvadoreños han sido encarcelados sin debido proceso y más de 100 han muerto bajo custodia estatal.
Por su parte, las autoridades hondureñas también han recurrido a estas duras medidas gubernamentales – todavía vigentes – con resultados decepcionantes y sin información pública disponible para analizar mejor las consecuencias.
A medida que la situación en El Salvador gana atención internacional por una supuesta reducción de la violencia criminal, este informe analiza y compara los efectos del régimen de excepción en ambos países.
Las respuestas punitivas empleadas en el pasado para controlar la criminalidad en Centroamérica han demostrado que, aunque producen resultados a corto plazo, sus efectos no son sostenibles a largo plazo. Abordar las causas profundas de la violencia y el crimen, como lo son la corrupción y la impunidad, y proporcionar soluciones a problemas estructurales, incluyendo mejores oportunidades educativas y laborales para los y las jóvenes, son algunas de las políticas públicas que las autoridades deberían priorizar en lugar de imponer políticas de mano dura. Aunque es necesario reforzar las instituciones de seguridad y justicia en la región, también es necesario promover y defender, al mismo tiempo, el respeto a los derechos humanos.
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Punitive governance in Central America
An antidote to criminal governance?
Large parts of Central America endure persistently high levels of insecurity and societal violence. Transnational drug trafficking organizations and local gangs exploit weak law enforcement agencies, systemic corruption and disaffection stemming from low socioeconomic development.
According to the Global Organized Crime Index 2021, Central America is the worst-performing region in the world for criminality. Extortion of businesses and communities by gangs in El Salvador, Honduras and Guatemala is a key factor behind this poor ranking.
In March 2022, authorities in El Salvador imposed a state of emergency to contain the growing crime and gang violence besieging the nation. A year later, this measure appears to have provided communities with a long-sought-after sense of security – at the expense of people’s fundamental rights: as of April 2023, more than 67 000 Salvadoreans have been incarcerated without due process and over 100 have died while in state custody.
Honduran authorities have also resorted to harsh governance measures – still in effect today – to contain increasing extortion levels. The results have been underwhelming and there is a lack of public information available to better analyze the consequences.
As the situation in El Salvador gains international attention for an alleged reduction in gang violence, this policy brief analyzes and compares the effects of the state of emergency in both countries.
Punitive responses harnessed in the past in an attempt to control criminality in the Central America region have shown that, although bringing short-term results, the effects are not sustainable over time. Addressing the root causes of violence and crime, such as corruption and impunity, and providing solutions to structural problems, including better education and job opportunities for young people, are some of the policy interventions that authorities should focus on instead of heavy-handed governance impositions. Although law enforcement institutions need to be strengthened in the region, fundamental human rights must also be upheld at the same time.
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