Posted on 02 Apr 2014
By Mark Galeotti Abajo la versión en español
The Russian annexation of the Crimea is clearly proving a troublesome geopolitical issue, but it also has serious potential implications for the criminal environment in the region and conceivably even globally.
Crimea has long had a reputation as a relatively criminalized peninsula, not least as its local authorities resented their subordination to Kiev and worked often poorly or at odds with national law enforcement. The presence of the Russian Black Sea Fleet—and consequently regular military traffic to and from the Russian mainland exempted by treaty and law from Ukrainian and Russian customs checks alike—contributed to a thriving smuggling economy. Military supply and personnel convoys were associated with the traffic in drugs, stolen goods and in a few cases illegal migrants into Ukraine, largely with impunity, under the protection of higher military authorities.
The transfer of Crimea to Russian jurisdiction might appear on the surface to make it easier to control the situation, as now only one legal and command system applies and the peninsula’s border with Ukraine is a national one. However, if anything the likelihood is that Crimea will simply become all the more important as a regional criminal hub.
First of all, there are serious questions about the commitment of the local authorities to a serious campaign against well-entrenched ethnic Russian gangs. New Crimean premier Sergei Aksenov has been widely identified as a former gangster from the ‘Salem’ organized crime group, who went by the nickname ‘Goblin’ in the 1990s (the only time he tried to deny the claim in court, his suit was dismissed). Regardless of the truth of the specific allegations made against Aksenov (and other senior Crimean politicians, who have been connected with organized crime), powerful gangs of the 1990s such as ‘Salem’ and their main Simferopol-based rival, the ‘Bashmaki‘ have evolved into powerful circles connecting business, political and criminal interests.
According to Viktor Shemchuk, its chief prosecutor, “Every government level of Crimea was criminalized.” To a large extent they managed this by maintaining close links with local law enforcement agencies—an Interior Ministry official in Kiev once disgustedly told me that “in Crimea, the police are the krysha” (‘roof’, a criminal protector)—and by leveraging links with Russia, especially its powerful crime networks. The infamous Moscow-based Solntsevo group has run smuggling operations through Sevastopol, for example, as have many others.
Secondly, Russia faces a dilemma of governance. Moscow is eager to build a good working relationship with the local elites through whom it will rule the peninsula. It seems unlikely that the will be any imminent push to reform the local political class, refresh the police or impose tight central control. Furthermore, Crimea is a relatively poor region, dependent on agriculture and often-dated industry. While Moscow may be willing to pay the $3-4 billion of subsidies that keep it afloat, there will be pressure for new revenue streams, and also opportunities created by being in a hazy grey zone between Russia and Ukraine. If Sevastopol is allowed to challenge Odessa as the key criminal smuggling hub on the Black Sea, it would divert business (even if illicit business) away from Ukraine and to Crimea. Already, the Black Sea is witnessing growing flows of Afghan heroin, with an estimated one third of Afghan heroin destined for Russia, as well as a considerable flow in counterfeit goods. If Sevastopol opens as an alternative, then existing efforts to tighten controls at Odessa will simply drive more of the trade to Crimea.
Thus Moscow may allow a semi-autonomous Crimea, with its existing links with the wider networks of Russian organized crime and a local elite willing and able to support them, to become a new “free crime economic zone” in the name of political economic necessity.
*Photo credit: The breakwater lighthouse in Yalta, Crimea by Olja Merker
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Crimea: ¿una nueva zona para el libre delito?
Por Mark Galeotti
El anexo de Crimea a Rusia se ha convertido claramente en un asunto geopolítico problemático, pero también tiene serias posibles implicancias sobre el ambiente delictivo en la región, y probablemente también a nivel global.
Por mucho tiempo, Crimea ha tenido la reputación de ser una península tomada por la delincuencia, especialmente por el hecho de que sus autoridades locales objetaron su subordinación a Kiev y trabajaron pésimamente en la aplicación de las leyes nacionales y, con frecuencia, en contra de ellas. La presencia de la Flota Rusa del Mar Negro – y por consiguiente el transito militar regular desde y hacia Rusia exento, por leyes y tratados, de los controles de aduana tanto rusos como ucranianos –contribuyó al crecimiento de una economía de contrabando. Se han asociado provisiones y escoltas militares con el tráfico de drogas, de bienes robados y, en algunos casos, de la llegada de inmigrantes ilegales a Ucrania, operando con impunidad, bajo la protección de altas autoridades militares.
El traslado de Crimea a jurisdicción rusa puede llegar para facilitar el control de la situación, ya que en la actualidad se aplica sólo un sistema legal y de comando. No obstante, es muy probable que Crimea simplemente se transforme en el centro delictivo más importante de la región.
Primero, y ante todo, hay serias dudas sobre el compromiso de las autoridades locales hacia una campaña seria en contra de las bandas rusas más afianzadas. Al nuevo Primer Ministro de Crimea, Sergei Aksenov, se lo ha identificado por mucho tiempo como un gánster del grupo delictivo organizado “Salem”, que actuaba bajo el apodo de “Goblin” en los años 90 (la única vez que intentó negar esta acusación en los tribunales, su demanda fue desestimada). Más allá de la veracidad de estas acusaciones específicas en su contra (y en contra de otros altos funcionarios políticos en Crimea con conexiones con el crimen organizado), las bandas más poderosas de los años 90, como “Salem” y si principal rival en Simferopol, “Bashmaki”, se han convertido en poderosos círculos que conectan intereses económicos, políticos y delictivos.
Según Viktor Shemchuk, “Cada uno de los niveles de gobierno en Crimea estaba criminalizado”. En gran medida, lograron esto manteniendo lazos cercanos con la policía local –un Ministro del Interior en Kiev una vez me dijo, indignado, que “en Crimea, la policía es la ‘krysha’´(“el techo”, un refugio para los delitos) – y haciendo uso de las conexiones con Rusia, especialmente de sus poderosas redes delictivas. Por ejemplo, el grupo mafioso Solntsevo de Moscú, al igual que muchos otros, ha estado involucrado en operaciones de contrabando a través de Sevastopol.
Segundo, Rusia enfrenta un dilema de gobierno. Moscú ansía construir una buena relación de trabajo con las élites locales que gobernarán la península. Parece poco probable que surja de manera inminente un impulso en reformar la clase política local, en renovar la policía o imponer controles centrales estrictos. Es más, Crimea es una región relativamente pobre, dependiente de la agricultura y de su precaria industria. Si bien Moscú puede estar dispuesta a pagar los $3-4 billones en subsidios para mantenerla a flote, va a existir una presión para encontrar nuevos canales de ingreso de dinero y de oportunidades generadas por el hecho de estar en esta zona gris, difusa, entre Rusia y Ucrania. Si Sevastopol puede desafiar a Odessa como principal centro criminal y de contrabando en el Mar Negro, desviaría los negocios (incluso los ilícitos) desde Ucrania a Crimea. El Mar Negro ya está siendo testigo de un flujo creciente de heroína proveniente de Afganistán –se presume que un tercio de heroína afgana es destinada a Rusia- y de una considerable cantidad de bienes de contrabando. Si Sevastopol se abre como una nueva alternativa, entonces los esfuerzos existentes en reforzar los controles en Odessa sencillamente impulsarán una mayor parte del comercio a Crimea.
De este modo, Moscú puede permitir una Crimea semi-autónoma, con sus actuales conexiones a extensas redes delictivas rusas y con una élite local dispuesta y capaz de apoyarlas, para convertirse así en una “zona para el libre delito” en el nombre de la necesidad política económica.
*Fotografía: faro en Yalta, Crimea, Por Olja Merker