Last week’s #CovidCrimeWatch newsletter focused on how criminal actors had exploited nationwide lockdowns to facilitate their criminal activity, and how different forms of organized crime are likely to develop once restrictions begin to ease.
This week, we draw together a number of stories on a wide range of issues, including the booming black market for cigarettes and alcohol in South Africa, and a survey that reveals how the drug market may be more resilient to external disruption than initially thought.
At the end of March, the South African government announced that the sale of tobacco and alcohol was to be banned as part of the initial 21-day lockdown imposed to contain the spread of COVID-19. The government argued that there is a link between alcohol consumption and violence, road accidents and other medical emergencies, which would divert scarce resources from the fight against coronavirus. However, the ban has created a burgeoning black market for the now-contraband goods. Underground networks have quickly organized, relying on word-of-mouth and messaging services to ensure customers can purchase their required goods.
While it appears to be fairly easy to source the illegal goods, it comes at a cost. The price of cigarettes has skyrocketed in the past month, increasing from approximately R35 for a packet before the lockdown to over R130 in recent days. Sellers argue that the risk associated with these illegal sales justifies the price hike. In some areas, dealers will only sell the contraband from their own homes to avoid arrest at police roadblocks, and the vast majority of the risk is assumed by the customer. It seems, therefore, that the extortionate prices are simply down to dealers manipulating the market and taking advantage of customers desperate for their fix.
Many sectors have been hit hard by the lockdown measures imposed by the UK government in mid-March. Sara Thornton, the UK anti-slavery commissioner, has warned that the country needs to be vigilant of human traffickers as restrictions ease. When the economy gets going once again, many businesses will be in a rush to recruit workers, and traffickers may try to capitalize on this.
Furthermore, there are growing concerns over the wellbeing of existing victims of modern slavery amid the coronavirus pandemic. In 2019, a record 10 627 possible victims of modern slavery were identified in Britain, the majority of whom are subject to labour exploitation, often working at car washes or beauty salons. With these enterprises currently closed for business, albeit temporarily, there is a risk that the victims are racking up a considerable debt and may be forced into more perilous work in order to pay it off.
The novel coronavirus is one of the gravest threats many of the world’s countries have faced in decades. But in Mexico, the danger posed by COVID-19 is just one more risk facing a number of communities who have long suffered from violence and gang activity. Self-isolation, quarantine and curfews have recently been introduced in every corner of the globe, but for the hundreds of Mexican communities who live under the control of criminal gangs, restrictions to their everyday lives are nothing new.
Although Mexico has the second highest COVID-19 death toll in Latin America, levels of violence in the country have not subsided. In fact, March witnessed the highest number of homicides in Mexico in just under two years, and 61 000 people are missing. There is a concern that many people have become desensitized to life-threatening realities as a result of the history of violence experienced in these communities.
Despite what many seemed to predict at the start of the pandemic, the global coronavirus outbreak appears to have had a less disruptive effect on drug markets than first thought. According to a survey conducted by Release, the UK’s national centre of expertise on drugs and drug laws, only one in five respondents there reported increased difficulty in accessing their drug of choice. Furthermore, while one in five respondents reported an increase in drug prices, one in 10 said that prices had decreased.
The results from the survey also suggest that dealers are changing their behaviour in response to the virus and in line with government guidance on social distancing. Two-thirds of those supplying drugs abide by the two-metre rule when interacting with their customers. In addition to maintaining a physical distance, drug dealers are also turning to the use of gloves and cashless payments to protect both themselves and their customers.
As our new policy brief explores, drug markets continue to be shaped by their ability to adapt to environmental change. Disruptions in the supply, distribution and demand for illicit commodities are to be expected amid the pandemic, but in crisis there is also opportunity. This includes potential access to new marketplaces and consumers, as well as a chance to pilot new distribution channels and increase resilience in the means of drug production.
La semana pasada, el #CovidCrimeWatch newsletter se enfocó en cómo los actores criminales han explotado las cuarentenas nacionales para facilitar sus actividades, y cómo nuevas formas de crimen organizado pueden desarrollarse, una vez que las restricciones comiencen disminuir.
Esta semana, recolectamos algunas historias que tocan diferentes temas, como el auge en el mercado negro de alcohol y cigarros en Sudáfrica, y un estudio que revela cómo el negocio de las drogas podría resistir trastornos externos mejor de lo que se pensaba inicialmente.
A finales de la semana pasada, lanzamos el último episodio de la serie El impacto: Coronavirus y Crimen Organizado del podcast de GI-TOC. Con este número, también estará disponible la segunda parte del episodio enfocado en el tráfico de cocaína alrededor del mundo. También, aquí se puede acceder a nuestro último documento de política pública ‘Crisis and opportunity: impacts of the coronavirus pandemic on illicit drug markets’, (Crisis y oportunidad: impacto de la pandemia del coronavirus en el negocio de las drogas ilícitas), que ofrece un análisis exhaustivo a la evidencia que indica cambios en la cadena global de suministro de droga.
A finales de marzo, el gobierno de Sudáfrica anunció la suspensión en la venta de tabaco y alcohol como parte de la cuarentena inicial de 21 días, implementada para contener la propagación del COVID-19. El gobierno argumentó que existe una relación entre el consumo de alcohol y la violencia, los accidentes automovilísticos y otras emergencias médicas, lo que desviaría los escasos recursos para la lucha contra el coronavirus. Sin embargo, esta prohibición ha creado un floreciente mercado negro para estos bienes que hoy, sólo se consiguen de contrabando. Las redes clandestinas se han organizado con rapidez y se valen del boca a boca o los servicios de mensajería para asegurar a la clientela que puede comprar sus productos.
Mientras pareciera muy fácil obtener los productos ilegales, esto tiene un costo. El precio de los cigarros se disparó el mes pasado, con un incremento que va de R35 el paquete, previo a la cuarentena, a más de R130 en los últimos días. Los vendedores argumentan que el riesgo asociado con la venta de estas mercancías ilegales, justifica el alza en el precio. En algunas zonas, los distribuidores venden el contrabando únicamente desde sus propias casas para evitar ser arrestados en retenes policiacos, por lo que la mayor parte del riesgo es asumida por el consumidor. Sin embargo, pareciera que los exorbitantes precios se deben sólo a los distribuidores que manipulan y se aprovechan de los consumidores desesperados por su siguiente dosis.
Muchos sectores han sido duramente golpeados por las medidas de confinamiento impuestas por el gobierno del Reino Unido a mediados de marzo. Sara Thornton, Comisionada contra la Esclavitud de Reino Unido, advierte que el país necesita vigilar de cerca a los traficantes de personas conforme se empiecen a levantar las restricciones. Cuando la economía arranque de nuevo, muchos negocios tendrán prisa por cubrir su plantilla laboral, y muchos traficantes pueden aprovecharse de esta situación.
Más aún, en medio de la pandemia por coronavirus, hay una creciente preocupación por el bienestar de las víctimas de esclavitud moderna existentes. En 2019, un número récord de 10 627 posibles víctimas de esclavitud moderna fueron identificadas en Gran Bretaña, la mayoría sujetas a explotación laboral que trabajan comúnmente en auto lavados o salones de belleza. Con estos negocios cerrados, aunque de manera temporal, existe el riesgo de que las víctimas acumulen una deuda considerable y sean obligadas a realizar trabajos aún más peligrosos, para pagarla.
El nuevo coronavirus es una de las amenazas más grandes que el mundo ha tenido que enfrentar en las últimas décadas. Pero en México, el peligro que representa el COVID-19 es sólo uno más de los riesgos que encaran un buen número de comunidades que históricamente han sufrido de violencia y actividad criminal. Auto aislamiento, cuarentena y toques de queda se han implementado recientemente en todos los rincones del mundo, pero para cientos de comunidades mexicanas que viven controladas por grupos criminales, las restricciones a la vida diaria, no son novedad.
Aunque México ocupa el segundo lugar en muertes por COVID-19 de América Latina, los niveles de violencia en el país no han cedido. De hecho, marzo presentó el número más alto de homicidios en dos años, además de las 61 000 personas que se encuentran desaparecidas en el país. Por otra parte, es preocupante lo desensibilizada que está la gente ante estas amenazas, como resultado de una historia de violencia.
A pesar de lo que se predijo al inicio de la pandemia, el brote mundial de coronavirus parece haber tenido un efecto menor de lo esperado en el tráfico de drogas. De acuerdo a un estudio llevado a cabo por Release, el centro nacional especializado en drogas y legislación sobre drogas del Reino Unido, solo uno de cada cinco entrevistados reportó mayor dificultad para conseguir la sustancia de su elección. Más aún, si bien uno de cada 5 indica que los precios han aumentado, uno de cada 10 reporta lo contrario.
Los resultados del estudio también sugieren que los distribuidores han modificado su comportamiento en respuesta al virus y en línea con las guías de distanciamiento social implementadas por el gobierno. Dos tercios de los vendedores, acatan la norma de dos metros de separación cuando interactúan con sus clientes. Además de mantener distancia física, los distribuidores han empezado a utilizar guantes y pagos sin efectivo para protegerse a ellos y a sus clientes.
Como explora nuestro nuevo documento de política pública, el negocio de la droga se moldea gracias a su habilidad para adaptarse a los cambios. En medio de la pandemia, los trastornos en el suministro, distribución y demanda de productos ilícitos son esperados, sin embargo, con la crisis viene también la oportunidad. Esto incluye acceso potencial a nuevos mercados y consumidores, así como la oportunidad de practicar en nuevos canales de distribución e incrementar la resiliencia en los métodos de producción de drogas.